Era una casa grande, más de lo que se había imaginado. Lo más que le sorprendía era que hubiera servicio. Sabía que él ganaba bien, que se lo podía permitir, pero nunca había estado en una casa con servicio, y se le hacía raro. No tenía que preocuparse de las cosas de la casa, de la limpieza, las comidas. Podía dedicarse enteramente a escribir.
Nunca pensó que iría a vivir con un hombre que conocía desde hacía tan poco, pero cuando se lo propuso no pudo negarse. Que él se lo pidiera la llenaba de orgullo, y eso era lo que ella necesitaba, un hombre que la amara, que quisiera vivir con ella, que la tratara como una reina.
Así que allí estaba. Caminaba como cada mañana descubriendo rincones en los que encontrar inspiración.
No quiso admitirse a sí misma que aquella casa se le hacía grande. Incluso su amor se le hacía grande, no sabía si lo merecía. La trataba tan bien… Él, un reconocido hombre de negocios, atractivo y encantador, fijándose en ella, una escritora que luchaba por abrirse camino de forma autónoma y que nunca había tenido suerte en el amor.
Él volvía tarde de trabajar, y normalmente después de la cena pasaban a la habitación y hacían el amor hasta la medianoche. Ella quedaba con la sensación en el cuerpo que le dejaba el sexo con él durante todo el día, y le ayudaba a escribir.
Empezó a escribir sobre una puerta cerrada con llave que había en la planta baja, y que tanta curiosidad le daba. No le había preguntado sobre ella, no sabía por qué razón, y tampoco había buscado la llave. En el fondo, tenía miedo de encontrar algo que no le gustase y que rompiera el idilio en el que vivía. No quería romperlo antes de tiempo.
Escribió una historia sobre una mansión en cuyo sótano se albergaban los cadáveres de todas las mujeres de su dueño, que iba matando en la noche de bodas. Lo descubría la nueva mujer del señor de la casa, una chica joven que, horrorizada, decidía escapar y hacer público el escándalo.
Esa noche, mientras hacían el amor, se dio cuenta que bien podría ser cierta su hipótesis. Comenzó a mirarlo con recelo y desconfianza, fantaseando con todo tipo de calamidades pesando sobre sus espaldas.
Quiso que la noche pasara rápido y él se fuera a trabajar para abrir la dichosa puerta. No descansaría hasta encontrar la llave. Él, como si escuchara sus pensamientos, dijo: “mañana no iré a trabajar”. Desde que lo conocía no había faltado ni un solo día. A veces hasta los domingos se reunía con sus socios.
-¿Qué hay tras la puerta cerrada de la planta baja?
-¿Por qué me lo preguntas?
-Me da mucha curiosidad. Es la única puerta cerrada con llave. ¿Y por qué está cerrada?
-No te gustaría saberlo.
-¿Matas a tus mujeres y encierras allí sus cuerpos?
-Tú has leído muchos cuentos infantiles.
-Entonces, ¿por qué no me lo dices?
-Mañana te lo enseño.
-Quiero saberlo ahora.
-Mejor que lo veas con tus propios ojos.
Y se durmió. Ella, sin embargo, no pudo pegar ojo.
Por la mañana antes de desayunar, sin decir nada, bajaron a la planta baja y él abrió la puerta lentamente.
-No me gusta que nadie entre aquí, -dijo- es mi secreto.
Ella pasó antes que él, con susto en el cuerpo, encendió una de las luces y tardó en darse cuenta que los pequeños seres que poblaban la habitación eran figuras de duendes de jardín. Los había de todas las formas y tamaños, también habían animales, y todos miraban hacia el centro, donde había una cómoda silla.
-Me gusta sentarme y sentir que me observan, me transportan a un mundo mágico.
-¡Qué secreto más hermoso!
-¿Qué esperabas?
-Algo mucho más turbio.
-Siento decepcionarte. Yo sí leí muchos cuentos infantiles.
Y ella pensó en la posibilidad de que le hubiera tocado algo bueno por fin, sin gato encerrado ni sótano podrido.
Me encanta! Me gusta cómo mantienes la tensión y me gusta que acabe bien.