No hay nada a lo que agarrarse
– Dijo la señorita
Mientras se tambaleaba en su caminar hacia ninguna parte
No hay nada de lo que agarrarse -pero ella lo busca
Podría ser esto o aquello;
Sin embargo nada dura demasiado
Siempre vuelve la sensación de estar flotando
por el espacio
Sin un paradero seguro
Sin unos pies que dirijan el paso
Sin un núcleo
Sin un núcleo
El Ser hecho añicos
La bola de consistencia que mantiene la forma
Abandonando la carne
Dejándola sin paradero
Sin fuerza vital
Sin la vida que se expande o se contrae
Y se entretiene en el teatro
No hay teatro
No hay telón
No hay espectadores
No hay director
No hay nada
a lo que agarrarse
Solo un silencio ruidoso
Una maquinaria hecha pedazos
Un observar desde la distancia
Un recordar lo inalcanzable
Un soñar lo irrealizable
Un esperar eterno a que los minutos pasen
y el aliento se renueve
Hay que vivir
– Dijo la señorita
Solo sabe
Que hay que vivir
Y la señorita siguió viva, porque eso es lo que decidió que haría a pesar de los pesares. Y aprendió a caminar sin agarrarse a nada; por el simple placer de saberse capaz de levantarse tras cada caída y de respirar, incluso sumergida en la desolación de sus vacíos solitarios. Y no esperó a que otros construyesen un teatro de su gusto, ni a que llegasen los actores y empezase la función; se entretuvo leyendo Viaje a Itaca de Kavafis y dejó de esperar: dejó de escuchar el ruido del silencio, dejó de recordar lo inalcanzable y de soñar lo irrealizable. Porque, a fuerza de observar en la distancia, comprendió que sólo ella podía ser la protagonista de su propio guión y se propuso escribir una hermosa obra con la que obsequiarse.
Con amor
Así es querida Julita. Haciendo un cóctel de los ingredientes de su vida
Tu sí que escribes rebien querida