El viaje

Había salido antes de lo previsto. Le gustaba llegar con tiempo a los aeropuertos, era lo que ella llamaba una actitud impecable, una de sus tantas ideas sobre el proceder idóneo de los humanos. Había cosas que no podían violarse, y perder un avión constituiría un fracaso mayor para sus estándares.

Ya montada en el avión, presa de los nervios, recordó aquella mujer que había conocido unos días atrás y a quien le había comentado sobre su viaje. Le transmitió toda su felicidad por viajar a Perú. La mujer la escuchó imperturbable y luego le preguntó, “¿y para qué vas a Perú exactamente?”, “pues no lo sé”, respondió, “pero va a ser un viaje fantástico”. “Deberías saber para qué te vas, qué estás buscando o de qué estás huyendo, o mejor no emprender tal viaje”. A ella le molestó sobremanera tremendo comentario. Ahora pasaba por su mente como una estela que no había sido invitada. ¿Acaso tenía que tener un motivo para viajar? ¿Para emprender el viaje de su vida, con exactitud? ¿Quién le había dado permiso para opinar de aquella manera? Había esperado mucho tiempo, sólo sabía que donde estaba no se encontraba bien. Siempre lo mismo, ella necesitaba aventura de vez en cuando. A pesar de tener muchas ideas fijas sobre cómo deberías ser las cosas, un malestar se apoderaba de su interior y le impulsaba a salir de su rutina de tanto en tanto, tener experiencias que se salieran del molde y luego volver a ajustarse a su vida cotidiana, hasta que el malestar creciera lo suficiente de nuevo como para exigir un cambio.

Ése había sido su modus operandi hasta ahora, pero nunca antes se había atrevido a emprender un viaje tan lejano de su raíz. Lo cierto es, que no sabía qué iba a hacer cuando llegara, aunque no le preocupaba demasiado. Suponía que lo primero sería buscar un lugar donde dormir, y luego ya veríamos. Fantaseaba con conocer a alguien, con que algo pasara que le mostrara los siguientes pasos a tomar. Así había funcionado hasta entonces en cada una de sus aventuras.

Siempre lo dejaba todo atrás y no volvía a pensar en nada hasta su regreso. A veces hablaba con su familia o amistades, pero en general no las llevaba en la mente. Se fusionaba completamente como la mermelada y la mantequilla sobre el pan caliente con lo que vivía en su presente. Todas sus ideas sobre cómo debería ser el mundo la abandonaban, y ella se abría, se abría a los desconocido.

Se dispuso a dormir. Ella no sabía que nunca llegaría, que el avión, después de 10 horas de vuelo, tendría un problema con el aterrizaje, y que algunas personas morirían, ella incluída. Ella no podía saberlo cuando sólo era excitación y expectación sobre el futuro inmediato, no podía saberlo hasta que lo supo, y entonces las palabras de aquella mujer, “deberías saber para qué te vas o mejor no emprender el viaje”, volvieron a su mente y ella comenzó a preguntarse, “¿por qué vine, qué estaba buscando?, ¿qué se me perdió a mí en Perú?, ¿por qué dejé todo para venir aquí, con qué fin…?”.

Evidentemente, era demasiado tarde para responder a tales preguntas.

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