Sobre el fumar

Básicamente, no tengo recuerdos de mi vida sin fumar. Empecé con 15 años, creo, en realidad no recuerdo bien la edad. Sé que fue muy joven, y que empecé yo sola, robándole cigarrillos Malboro a mi tío.

Me enganché desde los primeros cigarrillos. Increíble pero cierto. Con una amiga, los dejábamos escondidos debajo de piedras en el recinto deportivo… Y cuando volvíamos para casa yo tenía el fuerte impulso de volver y fumarme otro. Pensar que pasaría bastante tiempo sin volver a fumar me ponía nerviosa. Así que pronto empecé a ser, fumadora compulsiva.

En realidad, no me molestaba. Yo era, digamos, una fumadora feliz. No me podía imaginar mi vida sin tabaco. No me podía imaginar quedarme sin tabaco. Simplemente no era posible. No me imaginaba muchas situaciones, como hablar con amigas, sin el tabaco de por medio. Desde que empecé a fumar me di cuenta de que era una muletilla, que me proporcionaba una falsa seguridad ante el vacío y la incomodidad del vivir.

Yo era inseparable del tabaco. Estaba abiertamente enganchada, no trataba de disimularlo. Nunca me planteé dejarlo; de hecho nunca lo intenté, porque de entrada sabía que no podría.

Así pasó mi vida hasta que cumplí los 31 años y mi fumar fue tan compulsivo que me di cuenta cuán poco control tenía sobre la adicción. Me llegó a preocupar, porque me empezó a doler la barriga cuando fumaba y era incapaz de fumar menos. De hecho, me obligaba a fumar. Aunque no tuviera ganas, solo por el hecho de fumar, me obligaba a hacerlo. Me dolía la barriga después de fumar y era incapaz de no fumar (me creé una gastritis). Empecé a pensar que había algo mal en mí… (en realidad como en cualquier fumador) y me surgió la idea de dejarlo, aunque todavía estaba muy lejos de lograr pasar apenas unas horas sin fumar.

Tuvo que pasar tiempo hasta que intentara poner en práctica aquella idea que empezó a tomar fuerza en mi interior. Probé con libros, con chicles, con voluntad, con convencimiento,… pero desde que la mágica idea de fumar aparecía en mi mente, con su halo de bienestar y salvación a todos los males del mundo, me daba igual ocho que ochenta, cuánto tiempo llevara sin fumar, alegremente iba a por tabaco y me fumaba uno tras otro (por lo que había aguantado antes).

Me enfermé de los pulmones. No pude fumar. Eso me puso muy, muy nerviosa. Pues no había dejado de fumar porque no quería, sino porque no podía. La primera semana la pasé más o menos, también porque con lo mal que me sentía no se me pasaba por la cabeza fumar, aunque tuviera ganas… Pero después de una semana ante ciertas emociones desagradables, me resultó insoportable pensar que en otra semana entera más no podría fumar. Fue tan insoportable, que me tumbé en la cama y me puse a llorar. Lo bueno fue que, esta vez, no intenté escapar de ese malestar, ni poniéndome un cigarrillo en la boca como solía hacer. Simplemente me quedé ahí, llorando y respirando. Sintiendo toda esa angustia y esa desesperación, y dejando que en mi mente aparecieran imágenes que acompañaran mis sensaciones. Fueron muchas las que se sucedieron, y muchas las emociones que emergieron. Intentaba no forzar nada, dejando cada emoción permanecer tanto tiempo fuera necesario hasta que se extinguiera por sí misma, dando paso a otra imagen, a otra emoción. Fue como un viaje en mi interior, que duró largo rato, que me hizo dar cuenta de sentimientos que tenía y que necesitaba expresar para poder liberar las causas que me los generaban.

¿Saben lo maravilloso? Que desde entonces la idea del tabaco ha desaparecido de mi mente. De hecho, me parece que fumar es una cárcel fútil. Cuando estás dentro de la trampa es muy difícil, lo sé, estás atado… no tienes el control… precisamente eso puede causar mucha impotencia, cómo una sustancia sin vida puede tener más “fuerza” que tú. Sin embargo, una vez que has salido del círculo vicioso, y nunca mejor dicho, es tremendamente fácil ver el camino de salida, el cual, por supuesto, sólo ves una vez has “salido”, pero con tanta claridad que no entiendes cómo los que quieren dejar de fumar no lo consiguen. Y claro que lo comprendes, porque estuviste antes ahí, pero te gustaría dar las herramientas para que fuera tan fácil como el agua salir de ese agujero, y por desgracia no es tan fácil. Cada uno ha de descubrirlo por sí mismo.

Al menos en mi caso, todas las técnicas para dejar de fumar, empezando por el método de la fuerza de voluntad que en mi caso duraba el tiempo en que me diera ganas de fumar de nuevo, no habían funcionado. Nada sacaba de mi mente el deseo de fumar, por mucho que consiguiera aguantarme y no hacerlo. La sombra seguía en mi mente, y a cualquier momento de debilidad, zasca. Ya estaba otra vez echando humo.

Mi problema eran las emociones. Cada vez que sentía una emoción desagradable, que no me hiciera sentir bien, o una emoción disfuncional, para mi mente no había otra salida que fumarme un cigarro. Era casi inevitable, era lo que me ayudaba a sobrellevarla y olvidarme de las causas que la habían generado, permitiéndome obtener algo de placer y quitarle importancia. Por supuesto, no eliminaban dichas emociones ni sus causas, y a veces tenía que fumar uno detrás de otro, pero al menos me ayudaban a sobrellevarlas. ¿Te pasa a ti eso también? He encontrado que la forma más eficaz de dejar de hacernos daño de forma inconsciente y compulsiva, sobretodo cuando nos sentimos ya mal de por sí, es precisamente no queriendo evitar esas emociones sino metiéndonos de lleno en ellas. Al sentirlas de lleno, por muy desagradables que sean, y por mucho que creamos que no las vamos a aguantar, resulta que sí las podemos aguantar siempre y cuando tratemos de no eludirlas y nos dediquemos a respirarlas a través. A veces no fumamos un cigarro pero buscamos otra forma de distraernos: comiendo, llamando a alguien,… Bien, no se puede hacer nada de eso. ¡Se trata de no hacer nada! Si se consigue llegar a la raíz de ese malestar, de esa angustia, de esa tristeza, de ese enfado… se van a descubrir muchas cosas, se va a descubrir qué hay detrás de esas emociones, y qué hay detrás de eso también, y al final llegaremos a conclusiones mentales (con nuestra comprensión) y energéticas (con nuestra respiración) que harán que las emociones que no nos gustan sentir se apaciguen y den lugar a una calma.

Todos tenemos carencias emocionales, todos tenemos dolores que no hemos resuelto, todos tenemos un mundo en nuestra barriga que nos pide narcotizarnos a cada rato para no sentirlo; te propongo que en lugar de eso reúnas el coraje suficiente para adentrarte en tu propio cuarto trasero y te dispongas a descubrir qué se esconde allí encendiendo la luz. La luz es la conciencia de la respiración, la cual abre el espacio para que las emociones puedan ser procesadas de forma consciente. Respirar sin querer cambiar nada, ése es el secreto, y de forma natural: algo, aunque sea algo pequeño, cambiará. Normalmente queremos cortar el proceso antes de tiempo, y más aún si tenemos adicciones, que son una reacción instantánea al malestar, por tanto nos cuesta tener paciencia a que una emoción se apacigue por sí misma, pero siempre lo hacen si le damos el suficiente tiempo y la suficiente presencia para que se expresen y se liberen.

Y esto no es un trabajo que se consiga en dos días, pero llegará un momento en que no queramos abandonar nuestro espacio, la conexión íntima con nuestro ser, para intoxicarlo con sustancias que nos dañan, simplemente porque no las necesitaremos. Todo lo que hacemos cumple una función, también las adicciones, de lo que se trata es que el sentido de ser de esas adicciones desaparezca para que no haya sufrimiento en su retirada o sea reemplazada por otras formas de tapaderas.

En mi caso, todavía me encuentro con emociones que por un momento me recuerdan lo fácil que eran de gestionar cuando fumaba, pero en lugar de eso las observo, como si me viera desde fuera, y digo mírala ya está de nuevo echa un lío en su barriga, sintiéndose mal por lo de siempre, y sólo eso me hace desconectar un poco de la importancia que le doy a mi subjetividad. Pero también tengo necesidad de tumbarme en la cama y dejarme llevar hasta un llanto profundo que no es lo mismo que un autocomplacencia en la que no hay fin y no se llega a un punto resolutivo. Probablemente aparezcan muchas imágenes de la infancia o de distintos momentos de la vida, muchas veces repetidos, y eso es muy interesante de observar; a pesar de que las necesidades que teníamos en esos momentos no fueron satisfechas y por eso nos duelen, podemos desde nuestra perspectiva actual abrazar a esa o ese que fuimos y darle el amor que nos gustaría haber recibido. No será tan fácil que quede colmado de una sola vez, pero al menos conoceremos de dónde vienen nuestros dolores y estaremos más cerca de sanarlos, sanando con amor las partes internas de nosotros que lloran, que están decepcionadas, enfadadas, frustradas,… Podemos abrazar todas esas partes hasta que sintamos cómo todas esas causas se alivian, se aflojan, se distienden, desde la luz de la comprensión y la mirada amorosa sobre ellas. De esta forma el dolor se va liberando. Y las necesidades de escapar de uno mismo también… Se los recomiendo.

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